Padre Teide y frases hechas

Melody Rodríguez
3 min readJan 25, 2021
El Teide fotografiado por mí en diciembre de 2020

Estuve pensando en la cantidad de frases hechas que repetimos todo el tiempo y que funcionan como significado común y comprensible para todos pero que nos presenta las cosas como ya dadas, inmóviles, y, por tanto, dificulta que pensemos sobre lo que afirmamos. En Internet lo veo todo el tiempo, quizás porque es más fácil verlo por escrito que en la oralidad, repetimos y compartimos publicaciones que son una repetición tras otra de lo que ya se dijo, de los temas latentes que duran días, meses, quizás años. Durante todo ese tiempo, repetimos una y otra vez lo que ya se dijo, con alguna modificación si se ha llegado a otras conclusiones en el asunto.

Relación tóxica, relación sana. Empoderamiento. La gente dice que. La peña no hace si no…Etc., etc., etc.

Antes de leer lo que sea que contenga alguna de esas palabras pienso para mis adentros ‘agh, lo mismo de siempre’, ‘ya sé’, ‘se lleva hablando de esto cuánto tiempo ya’. Puede que haya quien reciba aún con agrado los mismos discursos, que le sigan apelando. A mí no. Repetir es a veces necesario, a veces inevitable. Sin embargo, utilizar una y otra vez las mismas palabras, sin tratar de explicar de otra manera lo que se quiere decir, me parece un síntoma de no seguir pensando en lo que se está diciendo. De estar entregada a lo que la palabra dada de antemano y petrificada en lo mismo aparentemente dice, sin que nada me -nos- interpele ni vaya más allá del texto, como si dijéramos todo el tiempo tautologías.

Estuve pensando en alguna palabra que yo diga sin saber muy bien por qué. Hay muchas palabras que utilizo en conversaciones y que si me detengo en ellas, me doy cuenta que son comodines que uso para darme a mal-entender en situaciones que no considero trascendentes. Y, aunque fueran trascendentes, el lenguaje oral siempre se presta más a equívocos y superfluidad que el escrito. En realidad, esas palabras me dicen tan poco que ni siquiera quiero detenerme en ellas, acepto la ligereza con que las uso.

El otro día hablando con alguien se me vino de pronto una palabra que no digo a menudo, pero que me sale sola, aunque una la diga medioenbroma. Esta sí me interrogó.

La persona con la que hablaba me decía que no sabía qué cosa teníamos los canarios con subir al Teide, que para ello hay que recorrer un camino enorme y lo único que podías hacer allí era observar una montaña grande.

Montaña grande.

Me hirió, casi de manera infantil, que se refiriera así al Teide. Y entonces se me vino a la mente la palabra.

Padre Teide.

Es cierto lo que decía esa persona, para llegar al Teide hay que hacer un recorrido largo lleno de curvas y cuando llegas solo puedes mirar, en todo caso fotografiar o comer cerca de ese volcán grande. Quien no esté interesado, podrá ver nuestro pecho henchido cuando hablamos de subir al Teide como carente de razones.

Me di cuenta que para los canarios el Teide no podría ser nunca una ‘montaña grande’. Sería impensable en nuestro imaginario reducir el Teide a una cosa inanimada, sin alma.

Padre Teide. Aunque pronunciemos con cierta gracia este nombre, la solemnidad a la que apela el calificativo de Padre lo sentimos visceralmente.

El dato más emocionante sobre Canarias que recibí en la escuela es que el Teide es el pico más grande de España y que es un volcán dormido, que podría despertarse y entrar en erupción en cualquier momento. Fue la primera vez que pensé que los canarios teníamos algo grande, algo ‘mejor que España’, algo que nos permitía sobresalirnos y decir: estamos aquí, somos algo.

Decir que el Teide es una montaña, un volcán o el pico más grande de España no quiere decir nada. No puedo reconocerlo cuando se le describe como un elemento geográfico.

Se trata de Padre Teide, lo llamemos así o no. El que nos custodia. Nuestro misterio, nuestro deleite y nuestra angustia temprana por la muerte. El refugio de Guayota que nos amenaza con de pronto salir y dejarnos sin padre, sin que nos de tiempo de pronunciar ninguna frase hecha, ni siquiera un ‘joder, peña, vaya lol’ antes de que nos convierta en lava a todos.

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